Los humanos nos hemos quedado en casa acatando el llamado de nuestros gobiernos. En los países pobres, donde no existen camas y la estructura hospitalaria es paupérrima, donde no hay respiradores artificiales y donde a duras penas se ha podido comprar una cantidad ínfima de pruebas para diagnosticar el virus, las restricciones a las libertades han tenido que ser más duras y con pocas alternativas a la vista.
El gobierno peruano ha reaccionado con rapidez a la pandemia y ha sido capaz de organizar, en muy poco tiempo, un conjunto de acciones y programas mínimos de asistencia social para los más vulnerables. Unido a ello, un plan económico que compromete, en total, unos 90 mil millones de soles (el equivalente al 12% del PBI), ha sido saludado por los principales foros de la economía global como el plan más ambicioso frente a la crisis de toda la región.
Pero hay emergencias, y emergencias. Así como los más vulnerables entre los vulnerables ni siquiera aparecen en las bases de datos por su lejanía con el Estado, así también, entre las industrias y pequeñas economías, las empresas culturales y, en particular, la industria editorial, son las que mayores estragos están sufriendo con la pandemia.
El libro es un producto sensible a cualquier crisis. Esto es comprensible. Existe en el humano la sensación que lo primero que hay que asegurar en tiempos de incertidumbre y miedo, es alimentación, seguridad, salud. Se piensa que, si no estamos a salvo, la cultura y los libros pueden esperar. Y es esta lógica irrefutable de la subsistencia la principal amenaza de las industrias culturales.
La Cámara del Libro está haciendo circular una encuesta para pedir, en un engorroso formulario, que los editores y libreros llenemos ahí lo obvio y lo fácil: estamos en crisis y no podemos pagar más a nuestros equipos, nadie nos compra nuestros libros y que el gobierno nos salve.
En lo particular, me parece una encuesta hecha por algún burócrata de fáciles fórmulas, no por libreros o editores que tienen autoestima y saben del sentido y del valor del libro en cualquier cultura. Yo creo que podemos aportar ideas en tiempos de crisis; que podemos formular proyectos y que solo necesitamos una palanca para mover la piedra de la indiferencia e ineptitud de las burocracias, incluida aquella que se encuentra al interior de nuestra Cámara, que ha sido incapaz de generar respuestas inteligentes frente a muchas crisis de las tantas que nos circundan permanentemente a editores y libreros.
El punto es el siguiente: la crisis generada por el COVID-19 nos encuentra en medio de otra crisis, como no pudo ser de otro modo, tratándose de este sector. La crisis del libro es permanente en la pandemia cultural que vivimos desde hace muchos años. Somos los adultos mayores en esta pandemia, y por ello, constantemente estamos tratando de buscar nuestros propios respiradores.
Y aquí es cuando nos vienen algunas ideas. El gobierno tiene en marcha, con presupuesto ya asignado, un proyecto del que sabemos poco: el “Proyecto Especial Bicentenario de la Independencia del Perú”. Fue creado mediante Resolución Suprema 004-2018-MC y estuvo adscrito en sus inicios al Ministerio de Cultura. Posteriormente, durante la gestión de Salvador del Solar, el Proyecto fue trasladado al Despacho de la PCM mediante Decreto Supremo 091-2019. Entre sus objetivos, se encuentra el de “promover, ejecutar y articular la implementación de iniciativas y proyectos en el marco de la conmemoración del Bicentenario”, además de, identificar una “cartera de proyectos y obras emblemáticas ejecutadas por otros sectores del Poder Ejecutivo a ser inauguradas”, con ocasión del aniversario patrio en el año 2021.
Me permito sugerir que, en el marco de este proyecto, el gobierno convoque una gran cruzada cultural para salvar al libro, pero también para emprender una serie de proyectos culturales que nos muestren como un gran país en el Bicentenario. Es una gran ocasión para atraer iniciativas de las industrias editoriales y culturales que compitan por financiamientos públicos/privados. Ello a través de la convocatoria para que las empresas de otros rubros puedan financiar mediante la estrategia de “obras por impuestos”, una serie de proyectos culturales: desde publicaciones sobre arte, literatura, hasta el financiamiento de obras de teatro, cine, proyectos musicales, y demás expresiones culturales, vinculados todos a reconstruir la historia de nuestra cultura republicana a nivel nacional.
Así, el sector editorial y cultural podría ser capaz de dinamizar los proyectos, y el Estado podría encontrar en las ideas frescas y creativas de editores, libreros y personas vinculadas a la cultura, un conjunto de iniciativas para nutrir su agenda que no ha sido visible aun en lo que conocemos. Que todo el sector editorial, los pequeños negocios de arte y cultura, trabajen junto al Estado y a la empresa privada, en torno al Proyecto Bicentenario, sería el mejor símbolo de que no solo somos capaces de vencer a un virus biológico, sino también estamos en condiciones de vencer a la pandemia cultural que nos ha venido atacando por varios años.
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