Por Pedro P. Grández Castro
Judith Shklar (1928-1992),
profesora de Harvard, nacida en Letonia y que destacó como una de las grandes
pensadoras del siglo XX en los EE.UU,
acuñó el concepto de injusticia pasiva para dar cuenta del propio
daño que nos hacemos los seres humanos y, especialmente, quienes detentan el
poder, como producto de nuestras inacciones frente al dolor, el sufrimiento o
las desgracias de los demás. Pudiendo evitarse, o disminuir su impacto en
grupos o poblaciones mas vulnerables, las desgracias “naturales”, son también,
en muchos casos, injusticias pasivas. La pandemia, que ha matado a tantos por
falta de un balón de oxígeno, es parte de esa injusticia pasiva en términos de
Shklar. Se trata de una actitud de indiferencia del Estado, indiferencia de los
gobiernos, pero también las injusticias se producen por inacciones o
indiferencias ciudadanas.
Las injusticias no solo provienen del poder y tampoco solo motivadas por acciones, como la violencia, el autoritarismo o el machismo, tan arraigado en nuestras sociedades. El hombre pasivamente injusto, dice Shklar, simplemente es indiferente a lo que sucede a su alrededor, especialmente cuando contempla cómo se llevan a cabo el engaño y la violencia”. Quiere decir esto que es consciente de lo que ocurre, pero es también, al mismo tiempo, egoístamente indiferente. “falla como ciudadano” (SHKLAR, Los rostros de la injusticia, Pensamiento Herder, 2013, p. 84). Cuando además de ciudadano indiferente, ocupa algún cargo, sus culpas por su indiferencia cobra niveles de delito y su injusticia afecta el sentido de las instituciones de la democracia.
En otros contextos, los propios médicos han salido al frente con una campaña activa contra el movimiento antivacunas que ha adquirido dimensión mundial, aunque como sabemos no es nuevo[1]. Los movimientos contra las vacunas tiene casi la misma historia que las vacunas y, en otros tiempos, las reacciones podrían incluso encontrar mejores argumentos frente a gobiernos no siempre democráticos y los riesgos que eran mucho mayores a los actuales. No obstante, tampoco ahora el contexto es del todo claro a la hora de obligar a las personas que se resisten hacerlo por propia voluntad. No solo porque la incertidumbre, aunque menor, sigue siendo un problema no resuelto, sino porque hablamos ahora de una sociedad cada más consciente de sus derechos y las vacunas son sin duda una intromisión en el espacio más íntimo como es el propio cuerpo. Obligar a las personas a vacunarse, aun cuando fuera indirectamente, como ocurre cuando se impide el acceso a lugares públicos a quienes no acrediten estar vacunados, conlleva al mismo tiempo, restringirles su libertad, sino el acceso a otros derechos básicos como puede ser la atención médica, el acceso a un centro de provisión de alimentos o, incluso, a un centro de educación (cuando se establezca el retorno a las aulas).
De este modo, unida a las exigencias de la vacuna en los espacios públicos, parece indispensable una acción orientada a la persuasión, a la creación de un discurso a favor de la vacunación, que se oriente, fundamentalmente, a mover nuestras emociones hacia el sentido de la justicia y la solidaridad, en la medida que buena parte de nuestra propia defensa como especie humana depende de actos solidarios y, sobre todo, de vencer la indiferencia. Como señala una especialista de la salud pública española: “Un comportamiento responsable, solidario y cívico va más allá del interés individual. Combatir, o al menos no dar crédito ni difundir consignas negacionistas, es una manera de cuidar a los más frágiles, y también de respetar a los sanitarios que han puesto en riesgo su salud física y mental durante esta pandemia. En definitiva, vacunarse es el aplauso más sincero y directo que podemos recibir de la ciudadanía”[2].
Durante las últimas semanas en que ha estado vigente la obligación de acreditar las vacunas para acceder a los espacios públicos, se ha notado un crecimiento exponencial de asistencia a los lugares de vacunación. En muchos casos, esto muestra que un buen sector de la población asume sus obligaciones cívicas solo cuando se ejerce cierta presión desde el Estado. Al contrario, el ideal de una república de ciudadanos, consiste en asumir nuestras obligaciones no porque la autoridad lo impone, sino como parte de nuestra responsabilidad cívica y, en casos como este, porque de este modo no solo nos autoprotegemos, sino que permitimos que los mas vulnerables lo hagan con eficacia. En suma, actuando como ciudadanos vencemos las injusticias pasivas y la indiferencia que son el mal más corrosivo de toda sociedad.
[1] Un reporte reciente de la
BBC cuenta la historia en forma abreviada:
https://www.bbc.com/mundo/noticias-50952151
[2] Arroyo Castillo, Rosa, “Negacionismo, el
movimiento insolidario”, Portal Redacción médica: disponible en: https://www.redaccionmedica.com/opinion/rosa-arroyo-castillo-1317/negacionismo-el-movimiento-insolidario-4991
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